EDITORIAL
Rodrigo Gonçalves B.
“El nacionalismo es la cultura del inculto… y una cortina de humo detrás de la cual anidan el prejuicio, la violencia y, a menudo, el racismo”.
En Suecia, era frecuente constatar que, como extranjero, ya fuere latinoamericano, turco, griego, africano, o asiático, éramos catalogados como, cabezas negras, o svartkalle (en sueco). Los nórdicos no hacían diferencia, para ellos, todos éramos iguales. Todos al mismo saco. En Suecia me hicieron entender que yo allí era negro. Cuando llegué a vivir a Mozambique descubrí que mi color no era problema. El negro sentía que el mulato no era ni chicha ni limonada, que él era el auténtico, por tanto, sentía que tenía más derecho de ser amigo del extranjero. Mientras que el mulato, al tener la madre o el padre blanco, pensaba todo lo contrario. El problema era entre ellos. Por causa de la guerra de desestabilización que Sudáfrica introdujo en Mozambique, había un gran desabastecimiento. La forma de resolver esto era viajar a Sudáfrica o Suazilandia.
En uno de los viajes a Sudáfrica, ya cuando conducía en su territorio, vi un letrero de bebidas cola que me hizo detener. Al llegar al local vi que había dos puertas. Una para blancos y otra para negros. Yo, que en Mozambique era blanco blanco, naturalmente entré por donde me correspondía. Un tremendo grito desde el mesón me hizo retroceder hasta la puerta. Finalmente, entré por la siguiente puerta y me vi cómodamente esperando en la fila con mis colegas de color. Mis experiencias vividas en Suecia, Mozambique y Sudáfrica, me dicen que no existen razas, solo existe miradas diferentes. Todo depende del dolor, prejuicio o ignorancia con que se mire a ese otro que llamamos prójimo, y que debiera ser próximo, por ser humano.
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