A 79 años de la masacre de Lídice, recordamos esta conversación sobre el tema sostenida con el miembro del Directorio del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, Daniel Platovsky. Lídice fue un pueblo de la desaparecida República Checoslovaca que fue completamente destruido por las fuerzas de ocupación Nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
Corría 1942 cuando Checoslovaquia -territorio que actualmente forman Eslovaquia y la República Checa- atravesaría una de sus peores tragedias. El 10 de junio de ese año en la localidad de Lídice, a 16 kilómetros de Praga, el ejército Nazi, que hasta entonces había ocupado el país sin mayores problemas, escribiría una nueva y sangrienta página para sus expedientes.
Tras la llamada Operación Antropia, en la que Reinhard Heydrich -alto rango de las SS y uno de los hombres cercanos a Hitler-, fuera ajusticiado por miembros del antiguo gobierno checo con el apoyo de Winston Churchill, la respuesta del dictador alemán no se hizo esperar. La venganza fue tal que la totalidad de los hombres que se encontraban en el lugar fueron asesinados, mientras que mujeres y niños fueron trasladados a campos de concentración y exterminio.
Pese a que investigaciones germanas apuntaron a miembros de la ciudad como colaboradores del atentado, aquella hipótesis nunca se pudo comprobar, por lo que la orden de borrar del mapa a la localidad fue concebida, a modo de castigo, como una clara señal del dominio Nazi en el territorio.
Además de su profesión como ingeniero eléctrico, su faceta de empresario, y su cargo en el Directorio del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, Daniel Platovsky tiene un fuerte arraigo con lo sucedido hace exactamente 78 años. Hijo de inmigrantes checos -su padre, Milan Platovsky, fue uno de los sobrevivientes de Auschwitz-, el otrora presidente del extinto diario La Nación reflexiona sobre aquel acontecimiento y la importancia de su conmemoración.
¿De qué manera esta matanza es relevante para entender la Historia reciente?
“Imagina que en pleno siglo XX haya ocurrido un exterminio total de un pueblo entero de casi 300 personas sólo por venganza. Nos recuerda que el hombre cuando se lo propone puede ser tan peligroso como el virus Covid-19. Los totalitarismos como el nazismo borraron a estas familias y sus historias”.
A partir de esto, ¿por qué se hace necesario levantar iniciativas como sitios de memoria que recuerdan estos hechos?
“Lamentablemente la naturaleza humana vuelve a repetir las mismas barbaridades una y otra vez, es algo permanente que hemos visto en todas partes del mundo.Un ejemplo de ello fue lo que pasó en pleno siglo XX con los Serbios, donde tuvo que intervenir la ONU para detener un exterminio. Recordar es importante porque nos hace tener presente que no podemos repetir ciertos hechos de la Historia. La consigna No olvidar es, en cierta manera, una vacuna contra la violencia de los totalitarismos”.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, la aldea de Lídice fue reconstruida a 500 metros de su ubicación anterior. Actualmente, el poblado lo conforman más de 400 personas. entre las que se encuentran siete sobrevivientes de la masacre, quienes estaban fuera del territorio al momento de la matanza.Como una forma de no olvidar las heridas pasadas, se erigió un monumento esculpido en bronce que representa a escala real a los 82 niños y niñas que allí perdieron la vida.
Nuestro país también ha sido parte de los homenajes a las víctimas de la tragedia. En 2009 la Comunidad Checa-Chilena rebautizó un pasaje del centro de Santiago con el nombre del pueblo, construyendo un memorial que explica los hechos a través del juego infantil conocido como el luche. Aquella instalación representa, en palabras de Platovsky, a los niños fallecidos producto de la masacre, siendo “un lugar al que podemos ir cada año para no olvidar esta parte tan dramática de nuestra historia”.