En el "Museo de la Memoria y los Derechos Humanos" en Santiago de Chile, lo que ves se encuentra en dos niveles perceptivos diferentes: el pasado y el presente, es decir, las imágenes, los marcos del golpe chileno de Pinochet que provienen de una multitud de monitores como fantasmas de un tiempo lejano y, sin embargo, tan presentes en la memoria colectiva, por un lado, y las personas, espectadores contemporáneos, por el otro. La película se enfoca fenomenológicamente en la relación de cercanía entre la mirada que intenta sintonizar con los hechos de ese trágico 11 de septiembre de 1973, y una historia que, como una roca errática, permanece en equilibrio, se suspende en la cresta, en un intento por captar el estado de ánimo a través de los rostros, los gestos y las palabras de los visitantes del museo, en su mayoría estudiantes chilenos, quienes a través de la verdad de las imágenes proyectadas a su alrededor, sueñan con encontrar la verdad dentro de ellos mismos. . El espacio del museo se convierte así en un lugar de memoria y de construcción de la memoria, de un pasado ideológico que se insinúa en un presente que ya no lo empuja hacia una confrontación cercana con su propia historia, que en cualquier caso es la historia de todos en todas las latitudes: la libertad versus dictadura. El espacio está lleno de gestos y sonidos, imágenes y ruidos, pero nada es más claro y menos confuso que este sonido de una tragedia popular que, como un caos organizado multiforme, llega directamente al corazón.
La muerte prematura de Luis Sepúlveda nos empuja, con un imperativo ético y político, a recordar la tragedia chilena del 11 de septiembre de 1973, rindiendo homenaje al escritor chileno.